
Por Pelao Carvallo, Elba Nuñez, Andrea Recalde y Celeste Vargas.
“Borré Twitter de mi teléfono llorando. Me pasé la noche bloqueando cuentas falsas que compartían mi dirección. No era solo miedo, era agotamiento”. La frase es de una activista de derechos humanos que, por su seguridad, prefiere mantenerse en el anonimato. Pero su historia no es una excepción: muchas personas que militan desde el espacio digital enfrentan amenazas, hostigamiento y una sobrecarga emocional constante. El costo psicológico del activismo en redes no siempre se ve, pero se siente: desgasta, duele y a veces silencia.
Este articulo busca comenzar una conversación acerca del cuidado colectivo y personal en la era del activismo digital, con miradas del cuidado desde los feminismos, para seguir luchando en defensa de los derechos humanos ante el avance de los discursos de odio.
En este contexto, preguntarse cómo defenderse mientras se lucha es urgente. Como señala Vargas (2024), entender los activismos digitales va mucho más allá de #hashtags y tendencias: implica mirar críticamente el rol de las plataformas que los median y preguntarse cómo operan en un contexto cada vez más vigilado y controlado. ¿Qué significa alzar la voz en medio del capitalismo de la vigilancia?
Zuboff (2021) da una pista: vivimos en un orden económico que convierte nuestra experiencia humana en materia prima para ser transformada en datos. En este sistema, cada gesto, cada publicación, cada reacción puede ser recolectada, analizada y usada. El activismo, entonces, no solo se expone al poder político o social que incomoda: También se vuelve un insumo para alimentar algoritmos y mercados.
Por eso, hoy más que nunca, el cuidado emocional es parte de la militancia en derechos humanos. Defenderse es también protegerse. Y en ese acto, la autodefensa no es una retirada: es una forma de seguir resistiendo. No debemos, sin embargo, así como dice González Serrano (2022)1, caer en las mismas lógicas hegemónicas de la autoayuda y la resiliencia como formas de silenciarnos a partir del voluntarismo mágico que “fomenta el deterioro del tejido social, nos aísla y señala”, sino buscar, descubrir y conversar sobre nuestros malestares colectivos para generar lazos comunitarios.
Activismo digital bajo fuego: cuando la lucha también agota
Lejos de ser una herramienta exclusivamente liberadora, el espacio digital puede convertirse en un terreno hostil. La conectividad constante y la facilidad para ejercer violencia simbólica y digital —vía acoso, vigilancia, doxxing2 o campañas coordinadas de desprestigio— han creado un escenario donde la salud mental de activistas y defensores de derechos humanos está en riesgo permanente. En Paraguay, TEDIC desde su investigación sobre Ciberseguridad en personas defensoras en DDHH (2024) afirma que “El 45% de las personas entrevistadas indicó que ha sido víctima de algún tipo de violencia, relacionada con el género facilitada por la tecnología y, de ese número en particular, el 40 % indicó que ha sido afectado por medios digitales. Las personas indicaron que las formas de violencia más frecuentes de las que han sido objeto fueron ciberacoso, discriminación y acoso sexual en plataformas sociales, a través de emails, llamadas, mensajes de texto por razones arbitrarias en motivo de su género, sexo u orientación sexual”. 3
Un estudio de Amnistía Internacional (2021) reveló que el 23% de las mujeres activistas encuestadas reportaron que el acoso en redes tuvo consecuencias físicas, además del impacto emocional. Por su parte, Front Line Defenders (2023) reportó que el 68% de activistas en América Latina señalaron la “ansiedad digital” como uno de los mayores obstáculos para sostener su labor.
Frente a cifras que exponen cómo la violencia digital se ensaña especialmente con mujeres y disidencias, los feminismos nos recuerdan que el cuidado debe ser tan diverso como las opresiones que enfrentamos: no hay protección efectiva sin justicia social.
La sobreexposición, los ciclos de noticias 24/7 y la inmediatez de la respuesta esperada crean una presión difícil de sostener. A esto se suma la dificultad de trazar una frontera entre lo personal y lo político, entre la vida íntima y el espacio público. Como señala la socióloga Claudia Magallanes Blanco (2022), “el espacio digital no es neutro: reproduce, muchas veces amplifica, las violencias del mundo físico”.
El entorno digital: aliado y enemigo
Las herramientas digitales han permitido amplificar denuncias, visibilizar luchas y conectar redes globales. Sin embargo, también han abierto la puerta a nuevas formas de represión. Desde el uso de spyware como Pegasus —que ha sido documentado como una herramienta de vigilancia contra periodistas y activistas— hasta la contratación de troll farms4 (granja de troles) por parte de gobiernos para desinformar o desacreditar a voces críticas, el entorno digital se ha vuelto un campo de batalla con reglas desiguales.
Algunas voces argumentan que el activismo siempre ha sido riesgoso y que estas condiciones no son nuevas. Pero esto desconoce que el carácter permanente, ubicuo e intrusivo de la violencia digital no tiene precedentes. A diferencia del hostigamiento físico, que ocurre en lugares y tiempos concretos, la violencia digital invade la vida cotidiana, desde la pantalla del celular hasta la intimidad del hogar.
La idea de que “si te afecta, es porque no estás preparado o preparada o preparade” también invisibiliza una dimensión clave: la represión digital es sistémica. No se trata de una falla individual de resiliencia, sino de un entorno deliberadamente hostil.
Estrategias de cuidado y resistencia colectiva
Frente a este panorama, múltiples colectivos han comenzado a desarrollar prácticas de cuidado digital, entendiendo que resistir también implica sostenerse. En Honduras, el colectivo Feministas en Resistencia implementa un sistema rotativo de vocerías y tareas para evitar el agotamiento extremo. En Colombia, activistas proponen la táctica 7-7-7: 7 horas de activismo, 7 horas de descanso, y 7 días al año sin conexión.
Desde Paraguay, México y Perú, se cuenta con la campaña Internet disidente5, que propone el kit de cuidado contra los discursos de odio en línea.6
A nivel personal, las estrategias de seguridad y cuidado digital se vuelven fundamentales: limitar el tiempo en redes, usar autenticación de dos pasos, o incluso tener cuentas separadas para activismo y vida privada. Pero también se vuelve urgente pensar en mecanismos colectivos: protocolos para responder ante ataques, redes de contención emocional y acompañamiento legal.
Como sostiene la Red Nacional de Ciberactivistas Feministas de México (2022), “el autocuidado no es una práctica individualista, sino una forma de organización política”.
Cuidarse también es resistir
Existe un prejuicio extendido —incluso entre activistas— que hablar de salud mental distrae de “la lucha real”. Sin embargo, como afirmó Berta Zúñiga Cáceres, hija de la defensora ambiental hondureña Berta Cáceres: “No podemos defender territorios si no defendemos nuestra vida interior” (Entrevista en DW, 2020).
Reconocer el impacto emocional del activismo digital no es un signo de debilidad, sino un paso necesario para que la lucha por los derechos humanos sea sostenible. El cuidado no es una pausa en la militancia en derechos humanos: es una trinchera más.
Avanzar en el cuidado de manera colectiva o un llamado a la acción
Este artículo es también una invitación: a nombrar lo que duele, a hablar de lo que agota, a proponer prácticas que nos devuelvan el aire en medio del fuego cruzado. Porque en redes sociales —donde pareciera que el mundo está siempre ardiendo— también necesitamos espacios donde cuidarnos sea tan urgente como denunciar.
Finalmente, el articulo recupera los feminismos como grandes ejemplos para entender cómo se mueven los activismos en el siglo XXI. A pesar de las tensiones internas, ha logrado usar con fuerza las herramientas digitales, combinando lucha local con impacto global. Como plantean Giménez (2019) y Leyes & Riera (2020), es un sujeto político en disputa, pero también una muestra de cómo se puede construir poder desde abajo y expandirlo a escala planetaria. Una lucha que se piensa desde lo cotidiano, pero que resuena en todo el mundo. Hablar de esto también es resistencia.
Esta mirada desde los activismos nos llama no solo a la resistencia, sino a proponer nuevas formas de poder no hegemónicas, en el que desafiamos la interseccionalidad de las opresiones, como ciberactivistas, esto implica reconocer que nuestras diferencias —de género, raza, clase u otras—mirando así cómo nuestras diferencias requieren también un tipo distinto de cuidado y protección.
1 https://ethic.es/2022/12/el-precariado-emocional/
2 El acto de revelar intencional y públicamente información personal sobre un individuo u organización, generalmente a través de internet. https://www.ellitoral.com/internet-y-tecnologia/doxing-practica-acoso-redes-revela-informacion-personal-identidades-ocultas-evitarlo-twitter-instagram-argentina-venganza-tweets-tuits-doxeado-doxers-doxeo-datos-personales-intimidad-peligro_0_jEMPsMpEup.amp.html
3 https://www.tedic.org/wp-content/uploads/2024/10/Ciberseguridad-en-DDHH-en-Py-WEB.pdf
4 Son grupos organizados de troles de Internet que buscan interferir de manera anónima en la opinión pública, o un sector de ella, principalmente política, y la toma de decisiones, de la sociedad, a través de la creación y difusión automatizada de noticias falsas (fake news) https://www.abc.es/contentfactory/post/2021/04/21/granjas-de-trolls-la-maquina-generadora-de-fake-news-que-preocupa-a-los-estados/
5 https://www.tedic.org/internet-disidente/
6 https://www.tedic.org/wp-content/uploads/2024/11/kit_ID_versionfinal_por_andamosflotando2023.pdf
Referencias
Amnistía Internacional. (2021). Toxic Twitter: Violence and abuse against women online. https://www.amnesty.org/en/latest/research/2021/03/toxic-twitter-two-years-on/
Front Line Defenders. (2023). Global Analysis 2023. https://www.frontlinedefenders.org/en/resource-publication/global-analysis-2023
Giménez, P. (2019): «Reflexiones sobre el nuevo escenario argentino», en M. Caciabue y K. Arkonada (comps.): Más allá de los monstruos. Entre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer. Río Cuarto (Córdoba): UniRío Editora.
Leyes Navarro, Y., y Riera Bauer, S. (2020): «Las feministas estamos tomando el cielo por asalto», en Pereira, Teixeira Esteves y Lopovetsky (2020): Feminismo & deuda. Feminismo & dívida. Nápoles (Italia): La Cittá del Sole.
Magallanes Blanco, C. (2022). Violencia digital de género: más allá del ciberacoso. En: Observatorio de Medios Digitales.
Red Nacional de Ciberactivistas Feministas de México. (2022). Manual de cuidado digital feminista. https://redciberfeminista.mx/
Deutsche Welle (DW). (2020). Entrevista a Berta Zúñiga Cáceres: “Mi madre nos enseñó a luchar con amor”. https://www.dw.com/
Vargas, B. E. (2024). Activismos digitales. Nuevas formas de lucha mediadas por plataformas en la era del capitalismo de la vigilancia. TSN. Revista de Estudios Internacionales, (16), 14-30. https://doi.org/10.24310/transatlantic-studies-network.16.2024.20194.
Zuboff, S. (2021): La era del capitalismo de la vigilancia. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.